viernes, 31 de diciembre de 2010

La última sorpresa del año

No quiero dejarlo pasar porque no es algo que suceda todos los días. Antes de acabar el año me gané una cabecita. El sorteo lo organizamos en legión para pagar el host del  foro, no tenía interés en la cabeza, participé por solidaridad. El día del sorteo, como era yo una de las organizadoras, estaba atenta a a televisión para no perderme los resultados de la lotería. No di con el canal que lo pasó ¬¬ así que me senté a esperar que actualizaran la página en internet. Alguien dio con un "twiter" de la lotería y ya estaban los resultados. Lo vi, pero no quise decirlo en el foro hasta tener los resultados en la página oficial. Pero otro usuario dio con el twitter y "anunció" el ganador en el foro. Me aparecí en el tema pidiéndoles calma, y que no sería oficial hasta no tenerlos en la página, por mero protocolo, no porque dudará de los resultados. Dieron las doce y no actualizaron así que me fui a dormir.

Me levanté temprano al día siguiente para anunciar al ganador y el método por el que lo elegimos. Vi de pasadita que otro usuario decía que era borrego el resultado, que yo había ganado. Hice mofa en mi post y cuando abrí la página oficial para tomar los números O.O ah caray, ¡los resultados eran diferentes! Efectivamente mi número era el ganador. Escuché a Elegua reírse de la broma que me jugó. Esta es la cabecita:


Si no tuviera cicatriz y la mano con sarna, me la quedaría, pero realmente no me gusta. El día del sorteo iba por la calle pensando qué haría si me la ganaba, la cambiaría por ropa, me dije. Soy un caracol supersticioso y no pensaría en vender algo que me gané en un sorteo, pero intercambiarlo sí. Fue la última sorpresita resinil del año y me hizo muy feliz. ¡Gracias, Don!

jueves, 2 de diciembre de 2010

Crónica de un maquillaje anunciado

Esta fue la inspiración, Dead moon de Luis Royo:


Las primeras fotos que me envió Sakuli. Le pedí, a ver si podía hacer milagros, que conservará cierto aire de niño, o.o y si se pudo:





Y casi acabado. (Ignoren la cara de paleto que puso Tsurai). La boca es absolutamente preciosa:




Y aquí, *redoble de tambores* ¡el resultado final! Por fin Tsurai tiene su maquillaje de sacerdote de los espíritus:


Es el primer maquillaje que le encargo a Sakuli y creo que no será el último. Fue increíblemente rápida, muy comunicativa y agradable. Ella si es una maquilladora que vale la pena. Se las recomiendo. Ahora todo es esperar que me llegue *_*

Enlaces:  Po makeup

martes, 30 de noviembre de 2010

Mi querido Tsurai

En enero hará un año que tengo a Tsurai y su historia no fue nada fácil, estuvo casi un mes perdido en correos y yo trepándome por las paredes porque nadie sabía decirme donde estaba. Una vez que lo tuve el maquillaje fue una entera decepción. Me costó mucho tiempo pillarle el gusto, y ese buscar que me agradará me llevó a mandarlo a China para un muevo maquillaje cuando no hacía ni un mes que lo tenía. (Lo bueno es que tengo dos cabezas y tuve el muñeco entero para disfrutarlo). Este es el maquillaje que tuvo durante nueve meses, al que me acostumbré y me llegó a gustar:


La foto se la hizo Kai en una kedada. También debo decir que Tsurai ha pasado más tiempo en su caja que fuera de ella. Primero porque no me gustaba su maquillaje, luego la vida misma, trabajo, distracciones. Pero desde que llegó con su nueva cara simplemente lo adoro. Es sacarlo de su caja y derretirse de amor. Es así como imaginé su rostro.


La foto es de nuevo de Kai, en otra kedada. El maquillaje de Phyllia es hermoso, lástima que sea tan incumplida, ocho meses de espera es demasiado. Sobre todo me duele porque en esa misma kedada de la foto se le desconchó el mcs en la nariz. No tenía ni un mes en casa, ¡agggggg! Su otra cabeza anda ahora de viaje maquilleríl y cuando vuelva pediré que le repitan este maquillaje de señorita que lo hace ver tan lindo.

Casi un año, es increíble. Por cierto TSURAI ES NIÑO. Una cosa curiosa, cuando su cabeza llegó de China mandaron a un cartero expresamente para entregarlo, e iba con la consiga de entregar el paquete o morir xDDD Pedí que lo enviaran a mi trabajo, pero el cartero traía un croquis con la dirección de mi casa. Si no me encontraba en el trabajo iría a buscarme a mi casa.xD así de bien identificada me tienen.

Tsurai dice: quiéreme Janendra, lo merezco.

Aunque parezca imposible en su nuevo maquillaje se le ve cara de niño. Se verá chulísimo con sus vestidos :P 

martes, 23 de noviembre de 2010

Uy ese balecito

Al principio no quería conocer nada de la miniserie que hicieron. Mi Randall Flagg era mejor que cualquier tipejo que pudieran escoger. Pero cuando lo vi, era perfecto. El actor, Jamey Sheridan, es justo como debería ser el Dandy, yo haré la versión seme metrosexual, pero no niego que el del video me tiene también chifladita de amor. Por cierto a este hombre lo conocí en La ley y el orden. Tiene una cara difícil de olvidar.

Según la leyenda King no quería a cualquier tipejo para representar a su Randall, (sí, ambos estamos muy enamorados del hombre oscuro), y fue él quien convenció a los productores de hacerle un casting a Jamey. Según la wiki, dicen que King quería alguien que "hiciera latir velozmente los corazones de las mujeres, que luciera como el tipo de sujeto que uno vería en la portada de una de esos libros en rústica sobre amor dulce y salvaje". No sé con el resto de las feminas, pero conmigo lo logra perfectamente.

Encontré un videito de Randall en la miniserie. Especial atención al minuto 2 y algo. Canta y baila *0*


http://www.youtube.com/watch?v=woWnrrxUc7U

Así me enamoré de randall Flagg

Randall Flagg, el hombre oscuro, caminaba hacia el sur por la carretera 51, escuchando los ruidos noctur nos que se percibían muy cerca, a ambos lados de esa estrecha carretera que, tarde o temprano, lo sacaría de Idaho para llevarlo a Nevada. Desde allí podría ir a cualquier parte. Ésa era su tierra, y nadie la conocía mejor ni la amaba más que él. Conocía todos los cami nos, y los recorría de noche. En ese momento, una hora antes del amanecer, se hallaba entre Grasmere y Riddle, al oeste de Twin Falls, todavía al norte de la reserva de Duck Valley, que abarca dos estados. ¿No era estu pendo?

Marchaba deprisa, haciendo repiquetear contra el asfalto de la carretera sus tacones desgastados. Cuando aparecían en el horizonte los faros de un coche, él se apartaba, bajando por el terraplén hasta las altas male zas donde se refugiaban los insectos nocturnos... Y el coche pasaba de largo. El conductor quizá experimen tase un ligero escalofrío, igual que si hubiera atravesa do una bolsa de aire; y su esposa y sus hijos dormidos respingaban sobresaltados, como si en ese instante los hubiera rozado una pesadilla.

Iba hacia el sur, por la carretera 51. Sobre el asfalto resonaban los tacones desgastados de sus botas campe ras de punta estrecha. Alto, de edad indefinida, con vaqueros desteñidos y tachonados, y chaqueta de la misma tela. Tenía los bolsillos llenos de panfletos contradictorios, de cincuenta tendencias distintas. Este hombre repartía folletos sobre los más diversos asuntos: los peligros de las centrales nucleares, el papel de la conspiración judía internacional en el derrocamiento de los gobiernos amigos de la CIA, el sindicato de traba jadores agrícolas, los Testigos de Jehová (Si puedes con testar afirmativamente estas diez preguntas, ¡has sido salvado!), los Negros por la Igualdad Militante, el Kódigo del Klan. Tenía todos ésos, y muchos más. En cada lado de su chaqueta de tela basta lucía un distintivo. En el derecho, un rostro sonriente sobre fondo amarillo. En el izquierdo, un cerdo con gorra de policía. La le yenda estaba escrita al pie en un círculo: ¿CÓMO ESTÁ TU JAMÓN?

Seguía adelante, sin pausa, sin aminorar la marcha; pero sensible a la noche. A la espalda llevaba una mal trecha mochila de los exploradores norteamericanos. En su rostro, y quizá también en su corazón, se leía una torva hilaridad. Su rostro era el de un hombre aborreciblemente feliz, que irradiaba una espantosa tibieza fascinante, un rostro que irisaba los vasos de agua en las manos de las cansadas camareras de las paradas para camioneros, que hacía que los chiquillos estrellaran sus triciclos contra las vallas de madera y después corrieran llorando en busca de sus madres con las rodillas ensan grentadas. Un rostro que trocaba en riñas encarnizadas las discusiones de taberna sobre temas deportivos.

Avanzaba hacia el sur, por un tramo de la 51, situa do entre Grasmere y Riddle, ahora más cerca de Neva da. Pronto acamparía y pasaría el día durmiendo, para despertarse por la noche. Leería mientras su cena se co cinaba sobre una pequeña fogata sin humo. No impor taba qué: una despanzurrada novela de bolsillo o lo que fuese. Y después de la cena echaría, a andar hacia el sur, por esa excelente carretera de dos carriles que atravesaba un erial dejado de la mano de Dios. Escu driñaría, olfatearía y escucharía, a medida que el clima se tornara más árido, hasta reducirlo todo, por estran gulación, a matas de artemisas y maleza seca. Miraría cómo las montañas empezaban a aflorar de la tierra como huesos de dinosaurio. Al amanecer del día si guiente, o del segundo día, entraría en Nevada, y se encontraría primero en, Owyhee y después en Mountain City, que era donde vivía un hombre llamado Christopher Bradenton, quien le proporcionaría un co che robado y papeles falsos. Con eso cobrarían vida todas las gloriosas posibilidades de la comarca, y ésta se transformaría en un organismo político con una red de carreteras implantadas en su piel como capilares maravillosos, preparados para llevarlo a él a todas partes.

Era un grumo en busca de un lugar donde ponerse, una esquirla de hueso a la caza de un órgano suave al que pinchar, una célula cancerosa en persecución de un compinche: entonces formarían un hogar y criarían un bonito pequeño tumor maligno.

Seguía caminando, balanceando los brazos a los costados. Era muy conocido a lo largo de las rutas clan destinas por donde transitan los pobres y los locos, los terroristas, aquellos a quienes han inculcado tanto el odio que éste se manifiesta en sus facciones como labios leporinos, hasta el punto de que sólo son bien acogidos por sus iguales, quienes los agasajan en tugurios con consignas y carteles pegados a las paredes, en sótanos donde las prensas amortiguadas sujetan cañones recor tados mientras los cargan con explosivos potentes, en trastiendas donde se urden planes demenciales: el ase sinato de un ministro, el secuestro del hijo de un digna tario extranjero, o la irrupción en una reunión del con sejo de administración de la Standard Oil con granadas y ametralladoras para asesinar en nombre del pueblo. Allí lo conocían, e incluso los más locos de entre ellos, sólo podían mirar de forma oblicua su rostro torvo y sonriente. Las mujeres con las que se acostaba, aunque hubieran reducido la cópula a algo tan intrascendente como sacar un bocado de la nevera, se ponían rígidas y volvían la cara al entregarse, cosa que a veces hacían con lágrimas en los ojos. Se entregaban como podrían ha berse entregado a un carnero con ojos dorados o a un perro negro... Y, cuando todo concluía, se sentían frías, tan frías que les parecía que nunca podrían recuperar el calor. Cuando entraba en una asamblea, cesaban la chá chara histérica, las difamaciones, las recriminaciones, las acusaciones, la retórica ideológica. Se producía un mo mento de absoluto silencio, y todos se volvían hacia él, como si hubiera llegado con una atroz máquina de destrucción acunada en los brazos, algo mil veces más mortífero que el explosivo plástico que los estudiantes de química subversivos fabrican en los laboratorios sub terráneos, y que las armas compradas en el mercado negro al sargento corrupto de un arsenal militar. Pare cía llegar con un artefacto herrumbrado por la sangre y almacenado durante siglos en el limbo de los alaridos; pero acondicionado, introducido en la asamblea como un don infernal, un pastel de cumpleaños con velitas de nitroglicerina. Y entonces la conversación volvía a em pezar, racional y disciplinada, tanto como puede serlo entre fanáticos, y todos se ponían de acuerdo.

Se bamboleaba por la carretera, con los pies calza dos en las holgadas botas, que tenían cómodas articu laciones en los puntos precisos. Sus pies y esas botas eran viejos amantes. Christopher Bradenton de Mountain City lo conocía por el nombre de Richard Fry. Bradenton controlaba una de las redes clandestinas por donde se desplazaban los fugitivos. Media docena de organizaciones distintas, desde los Weathermen hasta la Brigada Guevara, se ocupaban de que tuviera los bolsi llos bien provistos de dinero. Era poeta, y a veces dictaba clases en universidades alternativas, o viajaba a los estados de Utah, Nevada y Arizona, donde disertaba en las cátedras de inglés de institutos y asombraba (o pre tendía asombrar) a los chicos y chicas de clase media con la noticia de que la poesía era un cadáver inquieto. Ahora rondaba los cuarenta; pero hacía quince años lo habían destituido en una universidad de California por fraternizar demasiado con un grupo estudiantil revolu cionario. En 1968 lo arrestaron durante la Gran Con vención de los Cerdos, en Chicago, y estableció firmes lazos con un grupo.

El hombre oscuro caminaba y sonreía. Bradenton representaba sólo la desembocadura de un conducto, y éstos eran miles: los laberintos por donde circulaban los chiflados, transportando sus libros y sus bombas. Estos laberintos se hallaban interconectados, y los carteles indicadores habían sido camuflados, pero eran legibles para los iniciados. En Nueva York lo conocían por el nombre de Robert Frank, y nunca contradijeron su afirmación de que era negro, a pesar de que su tez era blan ca. Él y un veterano negro de Vietnam, el cual alimen taba un odio más que suficiente para compensar la pérdida de su pierna izquierda, habían liquidado a seis polis en Nueva York y Nueva Jersey. En Georgia, el hombre oscuro era Ramsey Forrest, un descendiente lejano de Nathan Bedford Forrest, y, según su expe diente de blanco, había participado en dos violaciones, una castración y el incendio de una chabola de negros. Pero eso había ocurrido hacía mucho tiempo, a comien zos de los sesenta, durante la primera eclosión de los derechos civiles. A veces se sentía como si hubiera na cido en medio de aquel conflicto. Lo cierto era que no recordaba mucho de lo sucedido antes, excepto que su lugar de origen estaba en Nebraska y que, en cierto tiempo, fue al instituto con un chico pelirrojo y pati zambo, Charles Starkweather. Recordaba mejor las marchas por los derechos civiles de 1960 y 1961: las palizas, los desfiles nocturnos, las iglesias que esta llaban como si fueran demasiado pequeñas para conte ner el milagro que había crecido dentro de ellas. Recor daba haber vagabundeado hasta Nueva Orleans en 1962, y haber conocido a un joven desequilibrado que repartía octavillas en las que exhortaba a Estados Uni dos a no entrometerse en Cuba. Ese hombre era un tal Oswald, y él cogió algunos panfletos de Oswald y to davía conservaba un par de ellos, muy viejos y ajados, en uno de sus múltiples bolsillos. Había sido miembro de un centenar de comités. Participó en manifestaciones contra docenas de universidades. Redactaba las pregun tas que más desconcertaban a los hombres del poder cuando éstos iban a pronunciar conferencias; pero nunca las formulaba personalmente porque podían haber se alarmado al ver su rostro sonriente, encendido, y podrían haber huido de la tribuna. Tampoco hablaba en los mítines, porque los micrófonos chisporroteaban. Pero había escrito discursos para quienes sí hablaban; y en varias ocasiones esos discursos habían culminado en tumultos, coches volcados, votaciones en favor de huel gas estudiantiles y manifestaciones violentas. A comien zos de los setenta tuvo tratos, durante un tiempo, con un hombre llamado Donald DeFreeze, a quien le sugi rió que adoptara el apodo de Cinque. Había ayudado a trazar los planes para el secuestro de una heredera, y fue él quien propuso que la enloquecieran en lugar de en tregarla contra el pago de un rescate. Salió de la casita de Los Ángeles donde se frieron DeFreeze y los otros cuando faltaban menos de veinte minutos para que lle gara la policía, se alejó por la calle, haciendo repicar contra el pavimento sus botas abultadas y polvorientas, con una sonrisa de fuego que indujo a las madres a recoger a sus hijos y hacerlos entrar en sus casas. Y más tarde, cuando detuvieron a los escasos supervivientes del grupo, lo único que éstos atinaron a decir fue que había habido alguien importante, quizá sólo un aliado ocasional: un hombre sin edad, un hombre a quien a veces llamaban el Dandy.

Avanzaba con paso sistemático que devoraba dis tancias. Dos días atrás había estado en Laramie (Wyoming), integrando un grupo de sabotaje ecológico. Ha bían dinamitado una central eléctrica. Y ahora se hallaba en la 51, entre Grasmere y Riddle, rumbo a Mountain City. Al día siguiente estaría en otra parte. Y se sentía más feliz que nunca, porque... Se detuvo.

Porque faltaba poco. Lo percibía, casi lo saboreaba en el aire nocturno. Sí, lo saboreaba: un gusto carboni zado y caliente que provenía de todas partes, como si Dios planeara un banquete colosal y toda la civilización estuviera en vísperas de convertirse en el asado. Los carbones estaban ardiendo blancos y hojaldrados por fuera y rojos como ojos de demonio por dentro. Algo enorme, muy grande.

La hora de su transfiguración estaba próxima. Iba a nacer por segunda vez, lo iban a extraer de la vagina palpitante de una gran bestia de color arenoso que en ese mismo momento yacía convulsionada por las con tracciones, moviendo las piernas a medida que brotaba la sangre del parto; con los ojos incandescentes fulmi nando el vacío.

Había nacido cuando cambiaban los tiempos, y los tiempos iban a cambiar de nuevo. Los presagios se ha llaban en el viento de esa apacible noche de Idaho.
Ya casi era hora de renacer. Lo sabía. ¿Por qué, si no, había estado de pronto en condiciones de ejecutar hechizos?

Cerró los ojos, mientras su faz se volvía lentamen te hacia el oscuro cielo, ya preparado para recibir el alba. Se concentró. Sonrió. Los polvorientos y deterio rados tacones de sus botas comenzaron a alzarse de la carretera. Unos centímetros. Más. Y más. La sonrisa se ensanchó. Ahora ya se había elevado casi medio metro del suelo, se había levantado con firmeza sobre el cami no mientras el polvo flotaba debajo de él.

Vio cómo los primeros palmos del amanecer avan zaban tiñendo de claridad el cielo, y descendió de nue vo. Aún no había llegado el momento.
Pero la hora estaba cerca.

Echó a andar otra vez, sonriendo, buscando un lu gar donde tumbarse a pasar el día. El momento estaba cerca, y por ahora era suficiente con saberlo.

Yo adoro a Randall Flagg

¿Cómo no quedar muerta de amor de este señor villano de Stephen King? Vine a conocerlo tarde, ya pasó su momento de gloria por Apocalipsis, pero acaso tenga una nueva brecha con La Torre Oscura. Mas yo lo adoro en Apocalipsis y mi personaje estará basado en ese. No perderé mi tiempo explicando quien es el hombre oscuro, sólo le babearé a diestra y siniestra *-* y reseñaré mis peripecias por volverlo bjd.